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La historia de CEADS

 

Tereza Vázquez Tendero


Remontándonos en la historia del Centre Espirita Amalia Domingo Soler, llamaba abreviadamente CEADS, no transporta alrededor de los años 20 del siglo pasado, concretamente al año 1921, cuando Catalina Mira García y Matías Tendero Tendero comprometieron sus vidas y lazos de amor y respeto. En aquellos momentos de la historia del país, la cultura y las costumbres dificultaban que los vínculos de amor entre diferentes clases sociales pudieran hacerse realidad. Catalina provenía de una familia de la burguesía catalana y Matías era hijo de trabajadores de la clase obrera.


El amor que surgiría entre ambos hizo posible que las barreras sociales no impidiesen su unión matrimonial, aunque Catalina renunció a las ventajas sociales y económicas de su familia apoderada.



Explican que en sus pensamientos profundamente republicanos les hacían defender los derechos de los trabajadores y de las mujeres, participando en asambleas, mítines y otras manifestaciones en favor de los más desfavorecidos de la sociedad catalán de aquella época. Sus inquietudes políticas y sociales les llevaron a tierras andaluzas, concretamente a Sevilla, donde Matías puso un taller de pintura de coches y Catalina, con sus hijos, trabajaban haciendo alpargatas. Su casa siempre estaba llena de visitas, amigos, vecinos, compañeros de ideología…, nunca faltaba ni una sonrisa ni un trozo de pan para compartir. Fue allí en tierras andaluzas que vinieron los dos primeros hijos, Macià (el mayor) y Anna María.


La situación política era muy difícil en el país y decidieron volver a tierras catalanas, concretamente a Barcelona, donde nació la tercera hija llamada Isabel. Cuando estalló la guerra civil española, en los inicios del año 36, Macià enfermó gravemente de una afección hepática que no pudo superar, desencarnando en Sitges con pocos años de vida.


Al finalizar la guerra, finales del 39, una bronconeumonía se llevó a su segunda hija Anna María. El dolor de la muerte de ambos hijos fue un golpe terrible y se trasladaron a Barcelona para rehacer sus vidas, pero a Catalina la tristeza la iba hundiendo lentamente en un mar de melancolía que no podía superar. Se pasaba los días escuchando a su hija pequeña Isabel de cinco años mientras seguía jugando con sus hermanos desencarnados. Para Isabel la muerte no era una realidad dolorosa porque los seguía viendo con ella jugando y hablando naturalmente.


Los orígenes de nuestro centro los encontramos en la Cataluña de los años 20 del siglo pasado, donde el Espiritismo, a pesar de los obstáculos sociales y culturales del momento, consiguió enraizar en el seno de la familia Tendero.

La desesperación de Catalina frente a la muerte de sus dos primeros hijos, llevó a que unos amigos le hablasen de una señora espírita llamada María Mellado que vivía en el barrio de Poble Sec. Ella hablaba con los muertos y ayudaba a las personas a encontrar consuelo frente a las pérdidas de sus seres queridos mediante la mediumnidad.


Matías y Catalina fueron atendidos por la Sra. María Mellado quien les explicó los principios del Espiritismo, ofreciéndoles una explicación racional al fenómeno de la muerte y un sentido más amplio de la vida. Alejados de toda creencia religiosa que permitiera que en nombre de Dios se actuase impunemente contra la igualdad, la fraternidad y la libertad de los seres humanos, Catalina y Matías encontraron en el Espiritismo el consuelo y conocimiento necesarios para aceptar la muerte de sus dos hijos y vivir en paz y con sentido.



Isabel Tendero


Isabel Tendero, la tercera hija de Catalina Mira y Matías Tendero, creció entre tierras andaluzas y catalanas. Instalados en Barcelona definitivamente cuando Isabel tenía 16 años, Matías abrió un taller de pintura de coches en la calle Córcega. Era uno de los primeros talleres donde trabajaba la pintura “al duco”, una técnica innovadora en aquella época. Mantenían reuniones espíritas clandestinas en su casa, donde Isabel educaba su mediumnidad ostensiva bajo los sabios consejos de la Sra. María, una anciana espírita, instruida y experimentada, que les aconsejó comprar el Libro de los Espíritus y el Libro de los Médiums, prohibidos en aquellos momentos y bajo penas de prisión. Para conseguirlos, fueron a una librería de la Plaza Universidad, donde a escondidas y con mucha precaución se los pudieron vender.


La familia Tendero ya se ha instalado en Barcelona donde su tercera hija les llena de alegría. En la Ciudad Condal es donde conocen el Espiritismo, doctrina que vivirá y se desarrollará en el seno de tres generaciones consecutivas.

El tiempo fue pasando. Entre familiares y amigos estudiaban la doctrina y realizaban reuniones mediúmnicas, donde los espíritus desencarnados encontraban consuelo y los guías espirituales los instruían. 


Isabel estudiaba contabilidad y comercio y trabajaba de modista. Entre los estudios, el trabajo y las reuniones espíritas, Isabel tenía sueños premonitorios. Uno de ellos le mostraba a un hombre bien parecido. A los pocos días en un baile de barrio donde las chicas y los chicos se cortejaban acompañados de sus madres, Isabel conoció al chico de sus sueños. Se llamaba Francisco Vázquez, Paco para los amigos. Se casaron el 7 de mayo de 1960. Tuvieron dos hijas, Ana y Teresa.


Paco era un hombre instruido, carpintero de oficio, aunque trabajaba como planchista en el taller de plancha y pintura de coches de su suegro. Le apasionaba leer, tenía una extensa biblioteca donde podías encontrar de todo excepto temas espirituales, que nunca le interesaron. Aunque la palabra Espiritismo nunca se nombró hasta la desencarnación de Paco, que sucedió en 1975, sus hijas fueron criadas bajo la luz de la Doctrina de los Espíritus, porque la mejor educación es la que ofrecemos con el ejemplo e Isabel se ocupaba de instruir y educar en los misterios de la vida y la muerte a Ana y Teresa bajo la sabiduría de la filosofía espírita.


Fue cuando Paco desencarna a la edad de cuarenta y ocho años que Isabel se decidió a hablar abiertamente de la Doctrina espírita. Junto con algunos familiares, comenzaron a realizar periódicamente sesiones espíritas por la casa, en las cuales participaban Ana y Teresa con 13 y 12 años respectivamente. Así fue hasta que a la edad de dieciocho años aproximadamente, Isabel y sus hijas sintieron la necesidad de buscar otros grupos espíritas en la ciudad, donde poder compartir experiencias y estudios.


En los años siguientes, fueron participando de las actividades de un grupo espírita familiar del barrio de Horta y posteriormente en el Grupo “Fraternidad Espírita Cristiana” dirigida por el querido “abuelo” Salvador Sanchís.



El gran salto


Participando de los estudios del Grupo Fraternidad Espírita Cristiana del Sr. Salvador Sanchís, fuimos aprendiendo muchas cosas. Nos reuníamos todas las semanas para estudiar la codificación espírita. La dinámica era sencilla: entre todos leíamos los textos de los libros, comenzando por el Libro de los Espíritus e íbamos comentando conforme las inquietudes o dudas. El grupo era muy numeroso, quizá unas veinte personas y de todas las edades.


En aquella época (principios de los 90), tuvimos la oportunidad de conocer a Santiago Gené, de Réus, quien participaba esporádicamente en el grupo del Sr. Sanchís, por venir de lejos y por su trabajo, que le obligaba a viajar muchísimo. Provenía de una familia espírita, la de Pruvi y Manel, que fueron de los primeros espíritas que se mantuvieron activos durante la dictadura franquista.


Conocer a Santi marcó una nueva etapa para nosotros. Nos ofreció la posibilidad de participar en el II Minicongreso espírita Nacional, que se realizó en Málaga el año 1994. Le dijimos “minicongreso” porque el movimiento espírita de entonces era reducido y no queríamos llamarlo congreso todavía. El viaje a Málaga fue toda una revelación. Era la primera vez que veíamos a tantos espíritas juntos, alrededor de 120 personas de todas partes del territorio español, unidas por un mismo ideal de amor y hermandad.


Todos compartiendo experiencias, escuchando a diferentes conferenciantes y hablando de la doctrina en todo momento. Mi madre y yo estábamos conmocionadas. Divaldo Pereira Franco estaba allí, como siempre, apoyando el movimiento espírita. La sensación de aislamiento, de exclusión y de incomprensión de la sociedad por el hecho de ser espírita se disolvió con la compañía de todas aquellas personas que, igual que nosotros, amaban la doctrina como un modo de entender la vida, una forma de vivirla, sentirla, expresarla. A partir de aquella inyección de coraje y de hermandad, fuimos creando vínculos que pertenecían al alma y que por siempre jamás formarían parte de nuestra historia; personas estimadas como los compañeros de Montilla, de Málaga, de Alicante, de Madrid, de Valencia, de Igualada, de Lérida… Personas que pertenecen a la historia de CEADS por su espíritu y su empuje.


Un amigo de la familia nos hizo saber que había visto un rótulo en la calle Valencia de una asociación espírita llamada “La voz del alma” actualmente Asociación Catalana de Estudios Prácticos del Espiritismo (ACEPE). ¡Un rótulo en la calle anunciando una asociación espírita! Era una novedad muy estimuladora. Nos pusimos en contacto con ellos para poder ir a una jornada de convivencia que hacían en su local. Allí entre otros, conocimos al radiólogo dominicano Fernando Lora, la persona que nos enseñó a estudiar la doctrina sistemáticamente, con metodología didáctica y vivencial. Él venía de la escuela espírita brasileña y contaba con una larga experiencia en la organización docente de centros espíritas. 


Impulsados por sus consejos, su empuje e ilusión y siguiendo las sugerencias del maestro Allan Kardec en cuanto a la divulgación de la doctrina, en el mes de junio de 1994 creamos un nuevo grupo espírita en el Ensanche barcelonés: el Grupo Espírita Sagrada Familia, en honor al barrio donde vivíamos. Este fue el verdadero origen del actual CEADS.


Éramos un grupo popular de muy pocas personas, llenas de ilusión y de alegría, animadas por una vivencia espírita que nos había dado un verdadero sentido a la vida y a la muerte, una visión amplificada del significado del ser. Así pues comenzamos a organizar las primeras clases de estudio doctrinario y las primeras acciones sociales espíritas en colaboración con el Grupo Fraternidad Espírita Cristiana. Fueron unos años de un intenso aprendizaje y dedicación.


Repasar la memoria del centro es recordar1 tantas vivencias, anécdotas, experiencias, acciones, emociones y personas que han formado parte del camino de CEADS. En esta ocasión es, en compañía de Fernando Lora y otros compañeros de aprendizaje, que vivenciamos un hecho que nos dio fuerzas y coraje para continuar desarrollando la tarea de voluntariado.


Una vez más un numeroso grupo de compañeros espíritas, vinculados a lo que se acabaría llamando Centre Espírita Amalia Domingo Soler, íbamos a colaborar al Cottolengo del Padre Alegre. Cuando llegábamos las monjas de la institución nos distribuían en diferentes tareas según las necesidades del día: unos en la cocina a lavar platos y ayudar a preparar la comida, otros a acompañar a hombres, mujeres y niños de las diferentes secciones y cuando era la hora de comer, ayudábamos a poner las mesas y dar de comer a quienes no se valían por sí mismos.


En todas las secciones había casos extremos de malformaciones crónicas que inspiraban mucha compasión, pero era en la sección infantil donde todo parecía más doloroso. Una de las niñas nos tenía robado el corazón, era Mercedes o Merceditas como la llamábamos. Con poco más de un año se electrocutó al poner los dedos en un enchufe. Los padres, con pocos recursos y viendo que la niña necesitaría mucha atención y cuidados permanentes, decidieron dejarla en el Cottolengo sabiendo que allí estaría bien atendida. Con el tiempo, las visitas se fueron distanciando hasta que la dejaron de ver.


La discapacidad de Merceditas con 12 años aproximadamente, era grave. La deformidad de su cuerpo era tal que al llevarla a la cama donde la tenían protegida por diferentes cojines que la mantenían en una posición determinada, que las monjas iban cambiando para evitar la aparición de llagas, la disponían en una silla de ruedas especial que, con correas y cojines, mantenía su cuerpo casi derecho para facilitarle la respiración entrecortada y dificultosa que sufría.


Su mirada estaba ausente, siempre mirando hacia arriba como buscando alguna cosa. El único sonido que emitía era una tos ronca y asfixiante que parecía que dejaría de respirar en cualquier momento. Comía triturados muy líquidos para poder facilitar la deglución. Había muchos otros casos de personas adultas, jóvenes y niños que marcaban el corazón, pero Merceditas nos lo tenía robado a nosotros.


La caridad es un acto de amor que tiene doble vía de intercambio. Conscientes de ello, acariciábamos a los internos todo lo que podíamos, de forma discreta, cogiéndoles la mano, atusándoles el pelo, mirándoles a los ojos, riendo con ellos, escuchándolos. El flujo de amor va y viene como las olas del mar, inagotables. Salíamos del Cottolengo llenos de misericordia y humildad, sabiendo que aunque sus cuerpos estuvieran ausentes a las caricias o las palabras de afecto, sus almas las podían recibir. Mercedes nos dio el testimonio de esta realidad.


Un día al llegar al Cottolengo, las monjas nos dijeron que Merceditas ya no estaba, había muerto pocos días atrás. Todos nos quedamos conmocionados.


Pocos días después, antes de acabar la reunión mediúmnica de trabajo en nuestro Centro, vino un espíritu que no pudo hablar, solamente lloraba de emoción y alegría. Nos inspiró una gran ternura y alguien pensó que podría ser Mercedes, pero sólo eran conjeturas.


En la siguiente reunión de mediumnidad, Mercedes se presentó serena, sonriente, satisfecha y nos explicó la situación en la que se encuentran los espíritus como ella, atrapados en cuerpos deformes e imposibilitados para expresarse, aprendiendo a ser humildes, pacientes, agradecidos, dóciles y lo mucho que agradecían las palabras, los pensamientos, las caricias de apoyo y esperanza. Nos dijo que cada palabra, cada gesto y cada pensamiento que emitíamos hacia ella, vibraba con ondas de bálsamo y armonía que descansaban en su alma como si estuviese en una cuna. Nos agradecía nuestra dedicación y nos animaba a continuar ejercitando la caridad por el bien que hace a quienes la practican y sobre todo a quienes la reciben, nos decía. Se fue con una sonrisa diciéndonos que siempre que le permitiésemos nos ayudaría en lo que pudiese.


(1) recordar: “volver a pasar por el corazón” viene del bajo latín recordare que se compone del prefijo re- (‘de nuevo’) y –cordare formado desde el nombre cor, cordis (corazón).



¿Por qué Amalia Domingo Soler?


Fue hace ya unos cuantos años, precisamente cuando en Igualada se celebró el primer encuentro de hermandad espírita de Cataluña. Lo organizaron los compañeros espíritas de Igualada en la casa de Blas y Teresa, y desde entonces siempre ha sido así cada primer domingo del mes de junio.


Recuerdo que aquel domingo hacía un día claro y soleado. No había nubes que aborrega en el cielo. En el coche íbamos de camino con una gran emoción. Recién habíamos comenzado nuestras clases sistematizadas e íbamos con el deseo de legalizar la asociación y federarnos en la Federación Espírita Española. Era un momento importante. Todavía no teníamos un nombre decidido. Hasta el momento éramos el Grupo Espírita Sagrada Família, en honor al barrio donde realizábamos las actividades en Barcelona, pero aquel sólo era un nombre provisional. Nos hacía falta encontrar nuestra propia identidad.



La figura de Amalia era muy significativa para nosotros. Amalia representaba el espíritu libre y luchador de una mujer que siguió sus principios frente a las adversidades y las pruebas que la vida le puso delante. Su constancia, perseverancia y voluntad eran para nosotros un ejemplo de vida a seguir. Ella significaba lo que queríamos para nuestro centro, un lugar donde acoger al necesitado y darle herramientas, conocimiento, recursos y afecto necesarios para que su vida tuviera un nuevo sentido que le impulsa al cambio, a la transformación, al sentido crítico y a la verdadera hermandad por amor. Amalia era nuestra luz y fuimos llegando al encuentro de Igualada con este nombre en nuestros pensamientos. Hasta ese momento sólo era una propuesta que necesitaba estudiar con calma.


El día iba transcurriendo entre risas, la alegría del reencuentro, conversaciones instructivas a la sombra de los árboles, juegos infantiles, buena comida y buena hermandad.


Cuando llegó la tarde, los compañeros de Igualada nos fueron citando a todos los representantes de los centros, grupos y asociaciones espíritas que estábamos allí presentes para obsequiarnos con un recuerdo precioso: el retrato de Amalia en una lámina enmarcada y un poema suyo. Fue en ese momento que supimos que nuestro centro podría llamarse Centre Espírita Amalia Domingo Soler, porque la presencia de Amalia, su fuerza, su carisma, seguía iluminando desde allá donde se encontrase, confirmándose desde aquel rostro enmarcado, que ella podía ser nuestra patrona.

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