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La realidad espiritual del ser anencefalo

 

Alfredo Tabueña



El ser anencéfalo es aquel que padece una anomalía (conocida como anencefalia) en la formación del encéfalo, que es el conjunto de todas las estructuras del sistema nervioso central que se encuentra dentro de la cavidad craneal.


Esta anomalía se caracteriza por la ausencia parcial o total del cerebro y de partes de los huesos del cráneo, pudiendo presentarse en diferentes grados y se produce por un defecto congénito del cierre del tubo neural, entre los días 23 y 26 de la gestación, es decir, cuando la mujer aún no sabe que está embarazada.


Cuando dicho tubo neural, que es una estructura previa y totalmente necesaria para el posterior desarrollo del sistema nervioso central, a medida que se va plegando, no se cierra correctamente, da como resultado diferentes patologías: cuando, por ejemplo, no se cierra de manera adecuada por su parte superior, se origina la anencefalia porque, al no formarse los huesos del cráneo ni las meninges, los tejidos nerviosos en desarrollo quedan desprotegidos y expuestos, entrando en contacto con el líquido amniótico, que destruye esos tejidos e impide la formación del cerebro.


Nos dice la medicina que la anencefalia es incompatible con la vida extrauterina, no existiendo, a día de hoy, ninguna posibilidad de tratamiento o de reversión del cuadro clínico, que hace que la muerte del bebé, en caso de nacer, en poco o muy poco tiempo, sea cierta e inevitable.


Las estadísticas nos muestran que, de los fetos diagnosticados con anencefalia, entre un 30% y un 60% mueren en el vientre materno. De los fetos que logran completar todo el desarrollo muchos mueren al nacer; otros tienen una expectativa de vida muy corta y pobre: la inmensa mayoría va a vivir solo unos minutos, unas horas o unos días. Son muy pocos y excepcionales los casos en que ese bebé logra vivir varios meses o algún año. 


Y, en estos casos, estas criaturas no tienen consciencia de sí mismas ni de su entorno debido, precisamente, a la falta de las estructuras que deberían formar el cerebro, que son las que garantizan la cognición, la comunicación, la emotividad, el pensamiento, la percepción…

Sin embargo, a veces, nos encontramos que, dependiendo de la cantidad de masa cerebral efectiva, se pueden suplir deficiencias y desarrollar funciones propias de otras partes del cerebro inexistentes. 


Es lo que se conoce como la plasticidad del cerebro o plasticidad neuronal, que podría explicar el caso de algunos bebés anencéfalos que, en principio, deberían estar en estado de total inconsciencia, pero, teniendo sólo una mínima porción de cerebro, les permite, aunque lógicamente, de manera muy limitada, mostrar ciertas señales de reacciones con el entorno.


El hecho de que un bebé anencéfalo pueda vivir unas semanas, unos meses o, incluso, algún año, es posible porque, aun padeciendo una falta parcial o total del cerebro, todo feto anencéfalo que presente un desarrollo orgánico normal y funciones viscerales tiene necesariamente preservadas las partes más profundas y primitivas del encéfalo representadas, básicamente, por el tronco encefálico y el diencéfalo, suficiente para la sustentación de funciones vitales como los mecanismos de la respiración y los latidos del corazón, lo que permitirá al bebé vivir durante algún tiempo.


Cuando se presenta un caso de un feto anencéfalo los propios médicos son quienes, muchas veces, plantean abiertamente a los padres la posibilidad del aborto dependiendo, lógicamente, de la legislación vigente en cada país. 


¡Tan importante y necesario es para uno vivir 70, 80 ó 100 años, como para el bebé anencefálico vivir sólo unas horas o unos días!

Los argumentos favorables al aborto de los fetos diagnosticados como anencéfalos se fundamentan en torno a dos puntos muy concretos y claros:


1) El feto anencéfalo es incompatible con la vida extrauterina, tal y como ya se ha comentado anteriormente. ¿Qué sentido tiene que un ser nazca para morir al poco tiempo?


2) Evitar la angustia, la ansiedad y cuidar de la salud psíquica y el desgaste emocional de la mujer que ha de ser la madre.  


¿Cómo exigir un sacrificio de meses y una vinculación emocional a una mujer que sabe, de antemano, a ciencia cierta, que el ser, que el hijo que lleva en sus entrañas, o muere en su vientre, o muere al nacer o, en caso de vivir, lo más probable es que viva sólo por unos minutos, unas horas o unos días?



¿Cómo actuar, cómo enfrentar esta situación, ciertamente, muy dura y angustiosa?

¿Abortar o no abortar? 


El Espiritismo es una Doctrina que educa, que esclarece, que informa y que comparte conocimientos, pero que nunca juzga y siempre deja a cada persona su propia decisión, de acuerdo a su libre albedrío y libertad de conciencia.


Sin embargo, una vez que se conocen, pero, sobre todo, se asumen los principios espíritas, la manera de enfocar el tema del aborto cambia radicalmente, porque ya no se contempla la materia, es decir, en este caso tan concreto, el cuerpo de ese ser que viene con esa tan grave anomalía física, sino que, por encima de todo ello, se analiza a la entidad espiritual que está unida a ese cuerpo, con todas sus necesidades y circunstancias.


El Espiritismo nos enseña, en este sentido, que un feto anencefálico no es ni un caso de mala suerte, ni una injusticia, ni un tema de un problema genético como causa, pues éste responde a impulsos más profundos, es decir, no es el origen de, sino originado por una causa anterior donde vamos a encontrar a la propia entidad espiritual expresando en el nuevo cuerpo físico sus necesidades, sus compromisos, sus errores del pasado. 


Como tantos otros temas tan sensibles y complicados, pensamos que solo considerando los aspectos espirituales que, en este caso, envuelven al ser anencéfalo, estudiado a través de la reencarnación, dentro del proyecto evolutivo de cada Espíritu, encontraremos explicaciones sabias y justas, hallaremos consuelo y, sobre todo, esperanza.


Pueden existir diferentes causas que expliquen, desde un punto de vista espiritual, la anencefalia. Con toda probabilidad, la más común y habitual, es que detrás de ese nuevo proceso de reencarnación, en el que el Espíritu intenta ingresar en la vida y no lo consigue o está muy poco tiempo en ella hallamos, en la mayoría de los casos, a Espíritus que, con anterioridad, se negaron a participar de esa vida huyendo de ella de una manera precipitada e irresponsable dañando voluntariamente su cerebro físico a través del suicidio.



Sabemos perfectamente que los daños causados al cuerpo físico repercuten y alcanzan, inevitablemente, los delicados tejidos del cuerpo periespiritual, ese vehículo intermediario con el que está interpenetrado molécula a molécula y que acompaña siempre al Espíritu, como encarnado y como desencarnado.


En la siguiente reencarnación el periespíritu, siendo como es el modelo organizador biológico y la matriz para la formación del nuevo cuerpo físico, plasmará y materializará en la correspondiente contraparte física exactamente la misma lesión consecuencia de la brutal agresión contra sí mismo, donde la persona destrozó su cabeza y cerebro.


Muchas vidas, más oportunidades


Por tanto, finalmente, el Espíritu se presentará en la próxima reencarnación, en este caso, como un ser anencéfalo. No es un castigo, tampoco es una injusticia: al contrario, se trata un acto de la misericordia divina que nos permite reparar, en futuras experiencias físicas, las faltas, errores y crímenes cometidos en anteriores experiencias físicas.


Y este hecho, por duro que pueda parecer, hay que entender que forma parte de la propia y necesaria terapia de curación, porque estos contactos del Espíritu con la carne, aunque sea en existencias físicas muy cortas o, incluso, aunque el bebé muera en el vientre materno, sirven para ayudar a corregir esas deformaciones y recomponer las estructuras del cuerpo espiritual que permitirán al Espíritu, en un futuro, en una próxima reencarnación, antes o después, disfrutar de un nuevo organismo físico en correctas condiciones.


El Espiritismo está siempre a favor de la Vida. Pensamos, sinceramente, que el tiempo de esa vida que se presupone para una criatura nunca puede representar un criterio válido para decidir qué feto puede vivir o que feto debe morir. No importa ni sirve el argumento de que el ser anencéfalo va a tener una vida física sólo temporal de unas pocas horas, días, semanas o, a lo sumo, en casos excepcionales, algún año… 


Si lo analizamos fríamente hemos de reconocer que absolutamente todos nosotros disponemos una vida física sólo temporal, sea de unas pocas horas, días, semanas, dos o tres años, 60, 70, 80 ó 100 años…


¡Tan importante y necesario es para uno vivir 70, 80 ó 100 años, como para el bebé anencefálico vivir sólo unas horas o unos días!

Porque en cada caso es la vida física temporal que cada uno de nosotros precisa para nuestro particular proyecto rencarnatorio y nuestras particulares necesidades evolutivas, que vienen siempre determinadas por el estado y conquistas acumuladas como Espíritu inmortal que somos todos y cada uno de nosotros… también el ser anencéfalo.


Es necesario entender y aceptar que, para estas entidades, en la situación espiritual en la que se encuentran, la reencarnación en un cuerpo anencéfalo es lo normal, no puede ser de otro modo... 


Por tanto, ese cuerpo del anencéfalo nunca ha de considerarse como defectuoso, sino todo lo contrario: es el cuerpo perfecto que el Espíritu necesita para corregirse de los compromisos del pasado y es el cuerpo que refleja, precisamente, esos compromisos del pasado.

Debemos saber que no existe una gravidez por acaso, del mismo modo que no basta que una mujer quiera quedar embarazada para que el embarazo ocurra. 


Si no hay ningún Espíritu designado para vincularse a un embrión que se empieza a desarrollar, en líneas generales, se producirá un aborto espontaneo dentro de las primeras semanas de la gestación, hecho que ocurre con bastante frecuencia.


La fecundación de un óvulo por un espermatozoide es un hecho biológico y humano. Pero, si a ese embrión que se empieza a desarrollar se une un Espíritu, ya no es un hecho que esté en la mano del ser humano, sino que ello depende de cuestiones meramente espirituales. 


Y, si hay un Espíritu vinculado a un cuerpo en desarrollo, es porque sin duda existe un proyecto de vida, aunque sea de muy poco tiempo, pero que será siempre del tiempo que necesita ese Espíritu en concreto en su particular situación y que debe ser respetado, del mismo modo que queremos que se respete nuestro proyecto de vida.


En consecuencia, la decisión de seguir o no adelante con el embarazo puede significar un gran paso adelante en la evolución espiritual de todos los implicados o, por el contrario, aplazar esa oportunidad para un futuro, con distintas consecuencias para cada uno de ellos.


Cuando contemplamos un feto o un bebé con anencefalia vemos una parte pequeña de la historia, sólo el presente, muy duro, muy difícil, complicado y angustioso. De ese presente, gracias al conocimiento espírita, podemos deducir un pasado con actitudes equivocadas. Pero, también, tenemos la certeza más absoluta de que a ese ser le espera un porvenir lleno de oportunidades de renovación. 


Oportunidades que empiezan en esta nueva reencarnación.

¡Por favor, permitamos que ello sea así!

La medicina, como hemos visto, nos enseña que el ser anencéfalo no es compatible con la vida… Sin embargo, el Espiritismo nos explica que el ser anencèfalo sí es compatible con la vida, aunque sea en parámetros diferentes a los considerados como normales. 


El Espiritismo nos demuestra y nos conciencia de que ¡el ser anencéfalo sí es del todo compatible con el respeto a la Vida y con el Amor!


Porque unido a un cuerpo físico en desarrollo diagnosticado de anencefalia existe un Espíritu, en proceso de rencarnación, ligado a ese cuerpo, que ciertamente tiene una situación muy comprometida de la que rehabilitarse y que está llamando, con todo su derecho, a las puertas de la vida física.


 

Si quieres saber más detalles sobre este articulo, te invitamos a asistir a la conferencia impartida por Alfredo Tabueña 👇



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