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El origen de la enfermedad

 

Jordi Santandreu

Psicólogo cognitivo-conductual y espírita.


Vamos a analizar esta interesantísima cuestión que recientemente fue objeto de debate en los canales de YouTube y Facebook de Iberoamérica Espírita, que coordina nuestro compañero Ruben de los Santos.

¡Os ánimo a echar un vistazo a este interesantísimo medio de divulgación espírita!


En general, para determinar el origen de la enfermedad hemos de tener en cuenta numerosos matices que hacen difícil dar una respuesta sencilla y breve. Es como una ecuación con muchas variables que interactúan entre sí y que es complejo aislar:

  • el libre albedrío, que determina nuestra actitud ante la adversidad;

  • factores bio-psico-socio-espirituales de la encarnación presente;

  • factores bio-psico-socio-espirituales de encarnaciones pasadas;

  • méritos logrados gracias a buenas obras;

  • la misericordia divina y la de otros seres humanos;

  • el grado de conciencia o de desarrollo espiritual.


Veámoslo a través de un ejemplo y así, tal vez sea más sencillo plantearlo. Cualquiera de nosotros nos podemos preguntar: ¿soy responsable de la lesión orgánica que daña mi cuerpo? ¿La he provocado de alguna manera?

La Doctrina Espírita responde claramente , al menos en parte: factores mentales y acciones deliberadas, que si no las encontramos en esta encarnación las encontraremos en anteriores, han predispuesto mi cuerpo a procesos degenerativos que han promocionado la enfermedad; acciones sobre mí mismo y/o sobre los demás que han transgredido las leyes divinas o naturales que rigen el Universo físico y moral. Por ejemplo, el consumo de sustancias tóxicas, el consumo desproporcionado de sustancias saludables, agresiones físicas y psicológicas a nosotros mismos o a otros, etc.

Como muy bien sabemos, todo efecto genera una causa, y los desvíos tienen sus consecuencias.

Los innumerables factores que intervienen en cada persona requerirán un abordaje absolutamente individual, ya que pueden ser muy diferentes las causas que llevan a dos personas a padecer la misma enfermedad y no es posible dar la misma explicación.


Toda enfermedad no natural (de tipo físico o psicológico) puede y debe ser considerado una enfermedad del alma -nos dice Joana en la obra llamada Plenitud, psicografiada por el querido Divaldo Franco-,


“que todavía se aferra a las sensaciones y elige direcciones y acciones que producen desequilibrio. En esta fase, de intereses inmediatos, toda una maraña de pasiones primitivas impulsa al ser en dirección al goce, sin la ética necesaria ni el sentimiento de elección superior, y lo arroja a las principales áreas de conflicto que generan la desarmonía de las defensas orgánicas, que dan paso a la invasión de microbios y virus que destruyen su inmunidad. Puede decirse que [este] sufrimiento no es impuesto por Dios, constituyendo la elección de cada criatura”.


Prosigue la mentora más adelante en la misma obra:

“[Esta clase de] enfermedad es el resultado de un desequilibrio energético del cuerpo debido a la fragilidad del estado emocional del Espíritu que lo activa. Virus, bacterias y otros microorganismos no son los responsables de la presencia de la enfermedad (…). La conducta moral y mental de los hombres cuando se cultivan las emociones de irritabilidad, odio, celos, rencor, vicio, impregna el organismo y el sistema nervioso de vibraciones nocivas que bloquean las áreas donde se propaga la energía saludable, abriendo el campo para la instalación de enfermedades”.


En definitiva, como dice Joana: “las causas profundas de las enfermedades, están en el individuo, que debe examinarse, conocerse a sí mismo para liberarse de este tipo de sufrimiento”.


Hasta ahora hemos visto que, en gran medida, enfermamos por desvíos en nuestra conducta moral. Pero no nos olvidemos de las alteraciones naturales del organismo en su interacción con el medio.


Sabemos que hay factores inherentes a nuestra condición material que no son de todo de nuestra responsabilidad. La materia se degrada naturalmente, el cuerpo que es un instrumento material maravilloso sufrirá un desgaste completamente natural, que nos producirá desequilibrios y enfermedades por mucho que nos cuidemos. No es inmortal y eterno, a diferencia de nuestro Espíritu. Por ejemplo, con la edad, los tejidos pierden elasticidad y resistencia; perdemos células, que mueren por el desgaste del Fluido Vital, comprometiendo los órganos de los sentidos, la calidad y la cantidad del cabello, cambios hormonales, neuronales, esqueléticos, etc.

Toda enfermedad no natural (de tipo físico o psicológico) puede y debe ser considerado una enfermedad del alma


En este caso, la causa de las enfermedades que se derivan de estos procesos naturales es ajena a nuestra voluntad. Joanna de Angelis, en Plenitud, nos explica que las enfermedades son inevitables en la existencia humana, debido a la constitución molecular del cuerpo, a los fenómenos biológicos a los que está sujeto en sus incesantes transformaciones. Tan sólo los Espíritus Puros no sufren este tipo de enfermedades, ya que no necesitan reencarnar más en la materia, como nos enseña Kardec en la respuesta a la pregunta 226 de El Libro de los Espíritus.

En cualquier caso, Joana nos consuela respondiendo a la cuestión de para qué nos sirve enfermar. La enfermedad y el sufrimiento no son castigos divinos como algunas tradiciones mitológicas nos hacen creer, al otorgar el papel de vengativos a los dioses del Olimpo, sino que:


“Como el cincel actúa sobre la piedra tosca y la corta, las enfermedades son mecanismos de cincelado para que el alma despierte su potencial y brille más allá de la vasija orgánica que la encarcela”.


En el libro El Hombre Integral -y con esto finalizamos-, Joanna de Angelis nos explica que:


“El sufrimiento es parte del mecanismo de evolución en la Tierra. En los reinos vegetal y animal se encuentra en la percepción embrionaria de las plantas, que sufren las agresiones y hostilidades del medio ambiente, la contaminación y procesos degenerativos. Entre los animales, desde los menos expresivos hasta los más avanzados biológicamente, el sufrimiento se manifiesta en la sensibilidad nerviosa, que sirve para producir nuevos y más perfectos biotipos, en constante adaptación y armonía del psiquismo latente en ellos”.


En el Ser Humano, “el sufrimiento es fuente motivadora de las luchas de crecimiento emocional y maduración de la personalidad, que comienza a entender la existencia de una manera menos soñadora y más acorde con la realidad”. Por eso nuestra misión, la de la persona que como cualquiera de nosotros atraviesa una dificultad, es persistir en la búsqueda de la solución, cueste lo que cueste, en la adquisición de ese ajuste con las Leyes Divinas o Naturales, en particular con la Ley de Amor y Caridad. Podemos caer diez veces, cien, ¡un millón! Cometer el mismo error una y otra vez. Pero nos hemos de levantar siempre y continuar hacia adelante. No rendirnos nunca.


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