Sobre las muertes colectivas
David Santamaría
También llamadas catástrofes colectivas, plagas destructoras o, en Espiritismo, desencarnaciones colectivas.
Serían la muerte simultánea, de forma traumática, de dos o más personas (pudiendo llegar a ser muchos millares) y en la que se observaría, en bastantes ocasiones, una coincidencia aparentemente inevitable, irresistible y sorprendente en la reunión de las mismas.
¿Cuál sería la causa principal de las muertes grupales?
Para la mayoría de los espíritas, sería siempre una expiación de faltas colectivas del pasado.
Para una minoría importante, sucederían por accidentes naturales, negligencias, errores, o actuaciones criminales que pueden afectar a cualquier persona.
Para otros, sería una posible combinación, con porcentajes diversos, de las dos opciones mencionadas.
Ante opiniones divergentes de temas tan importantes, filosófica y moralmente hablando, se hace imprescindible conocer cuál era la opinión de los más genuinos autores de Filosofía Espírita. Veamos, pues, que aportaron a este respecto Allan Kardec y Léon Denis.
Empezaremos con un texto de Denis incluido en su obra El Problema del Ser y del Destino, capítulo XVII:
«Todo mal hecho, la sangre vertida y las lágrimas derramadas recaen tarde o temprano fatalmente sobre sus autores: individuos o colectividades. Los mismos hechos criminales, los mismos errores producen las mismas consecuencias nefastas.
(…) Hay expiaciones colectivas como hay reparaciones individuales. A través de los tiempos se ejerce una justicia inmanente, que hace despertar los elementos de decadencia y destrucción, los gérmenes de la muerte, que las naciones siembran en su propio seno, cada vez que transgreden las leyes superiores.»
Es evidente que la opinión de Denis estaría en la línea de la expiación conjunta de las faltas cometidas en colectividad, en un pasado reciente o antiguo.
En las Obras Póstumas (1890) de Allan Kardec, los recopiladores de los textos de ese libro insertan un artículo publicado inicialmente en la Revue Spirite de octubre de 1869, titulado precisamente Las expiaciones colectivas. Debe resaltarse que, en ambos casos, ese contenido no fue divulgado directamente por el Fundador del Espiritismo, sin que ello signifique que no lo hubiera podido hacer si no hubiera fallecido. Veamos en qué términos se expresa Kardec:
«No puede dudarse de que haya familias, ciudades, naciones, razas culpables, porque dominadas por los instintos de orgullo, de egoísmo, de ambición, de codicia, transitan un mal camino y realizan colectivamente lo que un individuo hace en forma aislada. Una familia se enriquece a expensas de otra; un pueblo subyuga a otro pueblo y le ocasiona la desolación y la ruina; una raza se esfuerza por aniquilar a otra raza. A eso se debe que haya familias, pueblos y razas sobre los cuales se impone la pena del talión.»
O sea que, aparentemente, Kardec parecería estar en esa misma línea; sin embargo, cuando consultamos en La Ley de Destrucción de El Libro de los Espíritus (LE), acerca de esta misma cuestión de las catástrofes colectivas no se observa ninguna de estas referencias. Sirvan como ejemplo:
LE 737: ¿Con qué objetivo Dios castiga a la humanidad mediante plagas destructoras?
“Para hacer que adelante más rápido. ¿Acaso no hemos dicho que la destrucción es necesaria para la regeneración moral de los Espíritus, que adquieren en cada nueva existencia un nuevo grado de perfección? Es preciso ver el fin para evaluar los resultados. Vosotros los juzgáis sólo desde un punto de vista personal, y los llamáis plagas debido al perjuicio que os ocasionan. No obstante, esos trastornos suelen ser necesarios para hacer que llegue con mayor prontitud un orden de cosas mejor, para que llegue en pocos años lo que habría demandado muchos siglos.”
LE 738(a): Pero en medio de esas plagas el hombre de bien y el perverso sucumben por igual. ¿Es eso justo?
“Durante la vida, el hombre lo refiere todo a su cuerpo, pero después de la muerte piensa de otra manera. Como hemos dicho, la vida del cuerpo es insignificante. Un siglo de vuestro mundo es un relámpago en la eternidad. Por consiguiente, los padecimientos que se prolongan durante lo que vosotros denomináis algunos meses o algunos días, no son nada.”
No se observa, ni en estos apartados ni en todo el capítulo, ninguna alusión a las expiaciones colectivas como explicación de esas muertes en grupo. Es más, en el mismo apartado 738(b) se pueden leer las siguientes afirmaciones:
Con todo, las víctimas de esas plagas, ¿dejan por eso de ser víctimas?
“Si se considerara la vida tal como es, y cuán insignificante es en relación con lo infinito, no se le daría tanta importancia. Esas víctimas hallarán en otra existencia una amplia compensación por sus padecimientos, si saben soportarlos sin quejarse.”
O sea, insistimos, no hay la más mínima indicación de que esas víctimas estén supuestamente expiando culpas colectivas de su pasado (después matizaremos esta cuestión). Curiosamente, en la obra Después de la muerte (cap. IX) de Léon Denis se encuentra un texto de características similares:
«El argumento relativo a la existencia de las plagas tiene por origen una falsa interpretación de la finalidad de la vida. Esta no debe sólo proporcionarnos goces; es útil, es necesario que nos presente también dificultades. Todos hemos nacido para morir y, sin embargo, ¡nos asombramos de que algunos mueran por accidente!»
No puede negarse la extrañeza que causan textos tan dispares, estos últimos tan diferentes a los primeros.
Por otro lado, al revisar la literatura mediúmnica encontramos preferentemente comentarios favorables también al contexto expiatorio colectivo para explicar esas situaciones.
Hay expiaciones colectivas como hay reparaciones individuales.
Hagamos un inciso para reflexionar sobre el concepto de la pena del talión, apuntado por Kardec unas líneas más arriba y que parecería, pues, estar condicionando estas catástrofes grupales, ya sean originadas por causas naturales o humanas. Veamos un texto muy explícito:
LE 764: Dijo Jesús: Quien ha matado a espada, a espada perecerá. Esas palabras, ¿no constituyen la consagración de la pena del talión? Y la muerte que se inflige al asesino, ¿no constituye la aplicación de esa pena?
“¡Cuidado! Os habéis equivocado acerca de esas palabras, así como respecto a muchas otras. La pena del talión es la justicia de Dios; es Él quien la aplica. Todos vosotros sufrís a cada instante esa pena, porque sois castigados por donde habéis pecado, en esta vida o en otra.»
Se hace muy cuesta arriba aceptar la equiparación de la Justicia Divina (perfecta) con la ley del talión (que no deja de ser una ley humana; por lo tanto, perfectible). Además, leyendo en Mateo 5, 38-48, se nos presenta un contexto totalmente diferente al pasaje antes citado:
Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra…
O sea, Jesús de Nazaret no está a favor de la pena del talión, sino de la filosofía del perdón, lo cual no excluye, evidentemente, la imprescindible rehabilitación de quien haya cometido la falta.
En una cita de la obra Acción y Reacción (cap. XVIII) del espíritu André Luiz, a través del médium Francisco Cándido Xavier hallamos las siguientes afirmaciones que ayudan a despejar algunas dudas:
«Así es que, generando nuevas causas con el bien practicado hoy, podemos interferir en las causas del mal practicado ayer, neutralizándolas y reconquistando, con ello, nuestro equilibrio. De ese modo, creo que es más justo y provechoso que practiquemos el servicio del bien a través de todos los recursos a nuestro alcance. La caridad y el estudio noble, la buena fe y el buen ánimo, el optimismo y el trabajo, el arte y la meditación constructiva, constituyen temas renovadores, cuyo mérito no es lícito olvidar en la rehabilitación de nuestras ideas y, consecuentemente, de nuestros destinos.»
Por lo tanto, podríamos estar hablando perfectamente de una Ley de Compensación Moral. O sea, a través de buenas acciones se pueden neutralizar las consecuencias de malas acciones del pasado y que, por lo tanto, esas situaciones de antaño no vayan a necesitar en todas las ocasiones la aplicación de la “ley del talión”. Todo ello en la misma línea de aquella otra máxima neotestamentaria (Primera epístola de Pedro 4, 8):
«Y, ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados.»
Volvamos a las muertes colectivas, considerando algunas preguntas y consideraciones de interés:
¿Habría realmente una circunstancia aparentemente inevitable e irresistible en la reunión de las víctimas?
Si ello fuera real implicaría una acción arrolladora desde el plano espiritual para “obligar” a aquellos culpables del pasado a concurrir a un determinado lugar para sufrir la acción de la pena del talión. Pensamos que no es obviable la decisión del espíritu utilizando su libre albedrío; por lo tanto, no descartamos en absoluto que alguna de esas personas pudiera sustraerse a esa influencia. ¿Y que implicaría ello? Pues que esa situación debería quedar pospuesta para otra época, si es que ese culpable no es capaz de equilibrar mientras tanto aquella responsabilidad de su pasado y así evitar esa desencarnación violenta.
¿Estarían siempre en ese colectivo los que son antiguos culpables? O sea, ¿es posible que hubiera alguien a quien “no le tocara estar”?
Seguramente, en virtud de lo ya comentado podría ser que, utilizando su libre albedrío y “desoyendo los consejos espirituales”, alguna persona ajena a la situación se empeñara en estar en el lugar equivocado. Ello le comportaría una situación traumática, un dolor inmerecido; si fuera así, ello no sería justo. Creo que mejor sería considerar que “no hay dolor inútil” en lugar de decir inmerecido, ya que, de toda circunstancia complicada, dura y/o dolorosa se puede extraer siempre una buena enseñanza, un buen aprendizaje.
¿Podríamos plantearnos que, siendo en realidad la inmensa mayoría de nosotros/as, seres con muchos “lastres”, “apegos” y responsabilidades graves de nuestro pasado, prácticamente todos/as seríamos “candidatos idóneos” para pasar por alguna de esas situaciones traumáticas? O sea, se nos podría aplicar, entonces, ese argumento de que “nunca hay un dolor inútil” si formáramos parte de una de esas experiencias de desencarnación colectiva por accidente.
Reconozco que esta última proposición puede, posiblemente, ser etiquetada como aventurada. Sin embargo, mirada fríamente probablemente no sea tan descabellada ya que permite conciliar todo lo dicho hasta el momento.
En consecuencia, me inclinaría por la opción “c”, de las tres que se mencionan al principio de este artículo. En esas muertes colectivas podría haber ciertamente seres responsables de acciones muy negativas del pasado, cometidas grupalmente, y otras personas no sujetas a circunstancias de ese tipo; pero, para quienes ese “dolor no inútil” sería una situación provechosa para su progreso, aunque en ese momento lo pasarían realmente mal. Además, sin duda, a pesar de los muchos interrogantes, no hay que perder nunca nuestra confianza en la acción de la Justicia Divina que siempre determinará lo mejor para cada uno de nosotros.
Como punto final a esta reflexión es imprescindible dejar constancia que todas las opiniones expuestas lo son a título personal.