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El Evangelio según el Espiritismo

Desprendimiento de los bienes terrenos

 

Janaina de Oliveira



En el capítulo XVI de El Evangelio según el Espiritismo, el Espíritu que se identifica como Lacordaire nos ofrece enseñanzas que deben llevarnos a hondas reflexiones.


Nos dice el Espíritu amigo, deseoso de contribuir fraternalmente al progreso de los encarnados, que el apego a los bienes materiales es uno de los más fuertes obstáculos para nuestro adelanto moral y espiritual. No nos habla, el amigo, de la renuncia absoluta de poseer bienes, sino de ser responsables ante la propia conciencia sobre las razones sinceras que nos llevan al apego material. Lacordaire nos recuerda que los bienes que podamos poseer son más bien un préstamo. De hecho, ni nuestro cuerpo físico nos pertenece. Cuando el espíritu desencarna no lleva consigo ni tarjetas de crédito, ni escrituras de propiedad.


¿Qué nos llevamos?


Las marcas de las experiencias vividas en forma de aprendizaje que pueden haber ennoblecido el espíritu por el amor cultivado o que, de lo contrario, lo harán hundir de vergüenza y remordimiento por haber malgastado la santa oportunidad de la encarnación perdida por el egoísmo. No hay jueces exteriores. La consciencia misma, donde está escrita la ley de Dios, según nos enseña el Espiritismo, se encarga de examinar nuestros logros y fracasos.


Es muy complejo hablar del desprendimiento de los bienes materiales cuando estamos programados por el instinto de conservación para protegernos. Uno esperaría que fuera más fácil para personas que viven en los dos extremos, de mucha riqueza o de absoluta pobreza, el estar más desapegados de la materia. Sin embargo, la relación que tenemos con los bienes materiales no está condicionada por las propiedades que poseemos, sino por la madurez espiritual que hayamos alcanzado. Cuanto más hayamos avanzado en la senda del progreso, menos resistencia habrá ante la ley cósmica y menos necesidad de autoprotección.


Los instintos se superan poco a poco sustituidos por los sentimientos y, el amor es su plenitud.


Cada nueva reencarnación es una oportunidad de relacionarnos con la materia de una forma renovada, venciendo los vicios del orgullo y de la sensualidad. La Doctrina Espírita nos convoca a tener siempre presente el hecho de que somos seres espirituales viviendo una experiencia material, por tanto, todo lo material es transitorio.


Esta base filosófica es lo que nos ha de hacer examinar cada actitud de la vida cotidiana para comprender si nos dejamos llevar por el orgullo y la vanidad en nuestra relación con los bienes materiales o si, de otro modo, somos conscientes de que nada en realidad nos pertenece.


Vivimos en una sociedad en la que la apariencia está sobrevalorada.

Las personas que abrazamos la Doctrina Espírita debemos superar esta experiencia superficial y profundizar en nuestros pensamientos, emociones, palabras y actitudes.


La persona que ignora su naturaleza, origen y destino espiritual puede verse arrastrada por el instinto de conservación. Éste, puede detectarse en el impulso de comprar más de lo que necesite, preservar lo que tiene con apego desmedido o conquistar cada vez más con codicia.


No debemos olvidar, sin embargo, que el instinto de conservación también lo podemos encontrar, cuando tenemos la necesidad de aparentar éxito, felicidad, belleza, salud e incluso espiritualidad.


¿Cuántas veces nos paramos a meditar sobre las cosas que realmente “no tienen valor” en nuestras vidas?


El amigo Lacordaire nos invita a que, siendo pobres, no envidiemos a las personas que tienen riqueza; y que, teniendo riquezas, las utilicemos con sabiduría y altruismo.


Valorar aquello que no se puede comprar como las mayores conquistas personales o ajenas parece ser un buen camino para todos y todas, independiente de la fortuna que se nos haya sido confiada como préstamo divino en la presente encarnación.  

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