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Educación del Espíritu

Comunicación familiar

Texto publicado por la Comisión de Infancia, Juventud y Familia de la Federación Espírita Española el 25/01/2011

 

La Comunicación Familiar entre la pareja, los hermanos, los hijos y los amigos de los hijos


La comunicación es un arte. No es apenas una forma de expresión, además de eso es una necesidad del ser humano y una capacidad especial que supone entregarse al otro.


La comunicación no reside únicamente en las palabras. Las palabras por sí mismas no comunican nada. Cuando detrás de las palabras hay vida y sentimiento, cuando detrás de los gestos existe un ser humano, entonces se da la posibilidad de que el que oye escuche y se acepte a quien habla: es el momento de la comunicación.


La experiencia del lenguaje familiar es incomparable, hace que algunas palabras sean únicas haciendo parte de los sentimientos de aquellos que conviven juntos, y nada representan para los extraños porque el lenguaje de la intimidad presenta características de comprensión y aceptación.



Cualidades y características de la buena comunicación




Fomentar la comunciación


Cuando nos comunicamos de forma apropiada y positiva, sentimos una sensación satisfactoria.


Nos llena de satisfacción compartir, nos sentimos más seguros de nosotros mismos y tenemos mayor confianza en cuanto a lo que somos y a nuestras posibilidades.


El sentimiento de seguridad nos anima y el ánimo nos da alegría cuando, diariamente, intentamos cumplir con esos detalles que fomentan la comunicación.



La comunicación en la pareja


La comunicación en la pareja es mantener una disposición personal de ayuda al otro, de confianza en sus posibilidades, de interés por su mejoría. Si la comunicación de la pareja es satisfactoria toda la relación es vista con optimismo, buscando el bien y el equilibrio.


Una comunicación familiar plena es la base de la felicidad familiar.


La armonía en la pareja permite una adecuada educación de los hijos en la medida en que estos se ven libres de los problemas y dificultades de los padres sintiéndose guiados y amados por unos padres que caminan juntos.


La comunicación en la pareja precisa de naturalidad para poder decirse las cosas como son, con sinceridad. Requiere espontaneidad, para hacerlo con gracia, sin carga dramática. Debe ser simple para evitar dobles interpretaciones. Dentro de ese universo que compone la comunicación en la pareja, se pueden distinguir siete pilares fundamentales. Todos y cada uno deben ocupar un tiempo y un lugar para la convivencia diaria y la comunicación.



Los siete pilares de la comunicación en la pareja



La comunicación en la pareja precisa de naturalidad para poder decirse las cosas como son, con sinceridad.

Las crisis en la pareja pueden a veces originarse por una comunicación defectuosa. La propia crisis en sí supone una ruptura en la comunicación. Esta ruptura se manifiesta de forma abierta cuando el trato y el diálogo dejan de existir. O, puede aparecer de forma velada, cuando se continua la relación a base de monosílabos. En cualquier caso, lo que se pretende es que esos momentos de desacuerdo en la pareja sean transitorios y leves, gracias a la buena voluntad de ambos miembros.



La comunicación con los hijos pequeños


Durante los primeros años de vida, la relación con los hijos acostumbra a ser tranquila. A ellos les encanta estar con sus padres, los admiran y les cuentan todo. Por eso, es una época ideal para concretar una sólida comunicación con ellos, una comunicación abierta entre padres e hijos. Para ello es conveniente hacer preguntas, darles la posibilidad de que encuentren soluciones por sí mismos, dejarles hablar todo cuanto fuere necesario. Con eso estamos dándoles la oportunidad para que aprendan a expresar correctamente lo que piensan y sienten y aprendan a transmitir.


Debemos eliminar frases de carga negativa, pues destruyen la posibilidad de una comunicación positiva. Entre tanto, la serenidad y el afecto llevan al niño a una respuesta apropiada, a cambio de ser sinceros.


Recuérdese: Los padres deben estar de acuerdo en tener el mismo criterio, de lo contrario los hijos se desorientan o interpretan mal lo que les ha sido dicho y el resultado es la falta de obediencia.



Los castigos


Para que la comunicación con los hijos no produzca fallos en la relación, los padres deben intentar ser justos en un tema tan complicado como el de los castigos.


Para que los castigos sean eficaces educativamente y no deterioren la comunicación son necesarias algunas condiciones:


  • Pocos: cuando se castiga continuamente, se pierde eficacia.

  • Cortos: es importante que el niño sepa de su mala actuación.

  • Proporcionados: el castigo debe ser impuesto en función de la falta cometida.

  • Educativos: por el castigo, el niño aprende a modificar su conducta. Los mejores castigos son los que favorecen el hábito contrario.

  • Comprendidos: el niño precisa comprender el porqué del castigo.

  • Inmediatos: el castigo debe ser aplicado seguidamente después a la actuación. Se torna poco eficaz cuando es dejado para el día siguiente.

  • Avisados con antelación: es más eficaz que la primera vez argumente por qué eso está equivocado y se advierta que la próxima vez habrá un castigo.


¡¡Cuidado!! 

Si el castigo cumple las condiciones que repasamos, aplíquelo. Si suspendemos los castigos ante las súplicas de los hijos, ellos se acostumbran mal y no aprenden a corregir sus errores.



La comunicación con los hijos mayores


Con la llegada de la adolescencia los hijos tienden a mostrar un sentido crítico con relación a sus padres y se producen algunas señales de alarma que pueden preocuparlos.


Aunque pueda parecer que los adolescentes son poco receptivos, necesitan ser escuchados por sus padres para que puedan encontrar la solución a los problemas que les inquietan. Necesitan ser escuchados mucho más de lo que imaginamos. Si perciben nuestro interés, se animarán a contar sus confidencias.


Si somos como muros que reprimen sus mejores jugadas, terminarán buscando otro “lugar” en el que jugar. Si él o ella no cuentan nada debemos preguntar sobre sus cosas para que ellos perciban que existe un interés real o si preguntamos apenas por rutina.


Para una relación de amistad es necesario mucho diálogo. Hablar es cosa de dos. Casi siempre la conversación surgirá de forma espontánea. Las reuniones de familia son un buen momento para crear un clima de mayor crecimiento, estabilidad y seguridad con los hijos.



Los amigos de los hijos


Si queremos dar un valor verdadero y completo a los esfuerzos realizados en nuestra familia debemos tener presentes a los amigos de nuestros hijos.


Primero, porque lo que nuestros hijos aprenden de bueno en casa lo llevarán fuera “contagiando” a sus amigos y amigas y se dará un efecto multiplicador en la sociedad. Y segundo, porque lo negativo que nuestros hijos ven en sus amigos le parecerá chocante, y entonces nos ayudará a ayudar a nuestros hijos en el verdadero sentido de la amistad que comporta lealtad y generosidad.


No debemos tener miedo de hablar claro a los hijos con respecto a una amistad, actitud o comportamiento inconveniente. 

Hagamos con prudencia y cariño y sin ofender al amigo o la amiga, pero siendo suficientemente claros con los conceptos para que no quede ninguna duda.


Tenemos que buscar cualquier circunstancia o hecho negativo que pueda ser producido de parte de un amigo. Esclarecer cuanto antes es la mejor manera de cortar de raíz lo que podría llegar a ser un mal grave (por ejemplo: robos, beber a escondidas, fumar…)


Podemos invitar a los padres y a los hijos para que vengan a nuestra casa, para que nos conozcan y sepan cómo pensamos. Es una buena ocasión para enseñar con el ejemplo como se realiza la vida de relación, el saber estar y saber compartir.



La comunicación entre hermanos


Es preciso considerar, no sólo en la teoría sino en la práctica, que cada hijo tiene una personalidad propia, con virtudes y defectos personales.


Cada hijo, aún viviendo en el mismo ambiente que sus hermanos, recibe de modo diferente los mismos estímulos, adquiere diferentes experiencias y, en definitiva, tiene una biografía propia y diferente de sus hermanos.


De cada uno de los hijos cabe esperar diferentes aspiraciones y realizaciones personales.


Cada uno de ellos tiene una excelencia personal propia. Hay algunas costumbres que debemos inculcar a los hijos desde pequeños, como: pedir “por favor”, decir “gracias” y “pedir perdón”.


Son actitudes fundamentales de una buena educación y de reconocimiento de la dignidad de los demás.


Las relaciones entre hermanos podrían ser calificadas como divertidas, complejas y contradictorias. Los hermanos se besan y pelean entre sí, se defienden con uñas y dientes ante los extraños y forman equipo cuando tienen un objetivo común. Nuestros hijos pasan por una edad de oro la cual muchos padres desean mantener.


Son pequeños diamantes a pulir que mañana pueden convertirse en joyas preciosas.


La simpática y extraña manera de comportarse entre hermanos debe servirnos como punto de partida para educarlo en el aspecto de la convivencia familiar. Si lo sabemos hacer, conseguiremos que esas historias de amores y cuidados se conviertan en verdadera amistad y colaboración, comprensión en servicio mutuo.


Si conseguimos que nuestros hijos estén unidos a nosotros, estaremos en condiciones de influenciarlos para que estén unidos entre sí.


En realidad es el único camino posible para conseguir que haya una auténtica convivencia entre los hermanos y se produzca una comunicación fluida. En el fondo se trata de enseñar a amar.


Aprender a amar a los hermanos requiere efectivamente un aprendizaje. Cuando los hijos ven amor y reciben afecto, aprenden a desarrollar lo que reciben. El niño que está acostumbrado a ver entre sus padres y hermanos comprensión y afecto, asume esto como algo natural y, por tanto, lo asume como propio. Si el ambiente en el cual son criados carece de amor, es posible que más tarde “ame” a su propio estilo, “ame” egoístamente.


Debemos procurar encontrar los medios con los cuales se debe actuar en cada caso concreto, para que realmente los hermanos se quieran entre sí.


Tenemos que concienciar a los mayores de que son observados permanentemente por los menores. Es una razón de más para que los mayores actúen con corrección, ya que es muy importante el ejemplo dado. Nuestro papel es reforzar la autoridad de los mayores ante los menores.


Las desavenencias entre hermanos, perjudiciales e incómodas en las apariencias, constituyen realmente una ayuda para que se formen en un sentimiento de sociabilidad, conozcan la inseguridad y desarrollen su personalidad afirmándose frente a otros.


A pesar de ser natural que existan esas desavenencias entre hermanos podemos sugerir algunos tópicos que ayuden a darles una dirección adecuada.


Algunas reglitas de oro para la convivencia:


– Responsabilidad entre hermanos (unos por los otros)

– Participación familiar (la familia es de todos)

– Respeto por las cosas y objetos ajenos (pedir prestado, devolver, guardar secretos, llamar a la puerta de la habitación antes de entrar,…)


El nivel de trato y convivencia entre hermanos depende del afecto real que se tengan entre sí, porque a veces surgen peleas por cosas sin importancia. Ni nuestros hijos ni nosotros somos perfectos y es imposible evitar riñas e incomprensiones. Mientras tanto debemos evitar que estas tormentas cristalicen y se conviertan en el estilo de la familia.


El final feliz de las situaciones conflictivas incluye el perdón y la reconciliación.


La comunicación familiar es el camino para la felicidad.

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