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La vida de Amalia Domingos Soler - Parte 1/2

 

Pilar Domènech










Una de las figuras más importantes del Espiritismo español del siglo XIX. Escritora incansable, dedicó más de 30 años a la divulgación de las enseñanzas codificadas por Kardec.



No podemos plantearnos la vida de una persona sin remitirnos a su entorno, sin hacer referencia a la situación del país y del momento en el que ha nacido. Sería como un árbol sin raíces.


Amalia nace en Sevilla, el 10 de noviembre de 1835. A penas hace dos años que ha muerto Fernando VII y su esposa, la Regente Mª Cristina, no tiene más remedio que apoyarse en los liberales si quiere conservar el trono para su hija, la futura Isabel II.


La mayor parte de la vida de Amalia discurrió en una España en la que luchan absolutistas, partidarios de una sociedad estamental, y liberales, partidarios de una sociedad de clases impuesta por la Revolución Francesa. El interés de unos y otros estará en liquidar al contrario y no en llegar a un entendimiento.


Es un siglo en el que la mujer no ha salido del dominio del hombre, bien en forma de padre, bien en forma de marido. Un siglo en el que una mujer tiene muy pocas salidas, casi diría que dos: el convento y el matrimonio.


La vida de Amalia es un ejemplo de coherencia pero también de rebeldía.


De coherencia porque se niega a aceptar el convento, pues en él no encuentra a Dios, y también se niega a aceptar el matrimonio, pues no quiere unirse a nadie sin amor o por puro interés. Y de ahí viene su rebeldía, porque carente de recursos materiales y con un grave problema de vista, afrontará los graves problemas materiales que le esperan antes que aceptar cualquier solución que no esté en consonancia con su propia conciencia y con el siglo.


No adelantemos más. Nace en el seno de una familia rota, pues su padre está ausente, se ha ido lejos, dejando a su madre con unas rentas que piensa que van a ser suficientes para la manutención de ambas.


A los tres días de su nacimiento empieza a sufrir una enfermedad en sus ojos que arrastrará toda su vida y que hará que su madre se dedique única y exclusivamente a su cuidado y a su educación. Pero no le hace aprender ningún oficio, ni estudiar una carrera, porque sus ojos no se lo permiten. Aprendió a leer a los cinco años pero no descuidó su educación moral que será rigurosa.


Las torpezas que como cualquier niña comete son severamente castigadas por su madre y se gravarán tan fuertemente en su alma que jamás podrá traicionar las enseñanzas de ella recibidas.


Salen a todas partes juntas. Sólo con mirarse se entienden. Juntas van a iglesias, pero en ellas Amalia sólo percibe el lujo o la belleza de las estatuas; no ve a Dios. Ve lo artístico de la representación, la nobleza del material utilizado pero ahí no está Dios. Este lo encontrará en la naturaleza, en el mar, no en la madera, el ébano, el mármol o el marfil.


El contexto socio-cultural en el que Amalia vive, junto con la enfermedad y la muerte de su madre, son dos elementos que condicionarán especialmente su vida, por lo menos hasta que salió de Sevilla.

Seguimos relatando la vida de Amalia en su Sevilla natal.

Es una joven culta, mucho más culta que el resto de mujeres de su época, cosa que a decir de algunas amigas de su madre le dificultará el matrimonio y también creerán que es la causa de su falta de veneración a las imágenes sagradas.


Es una joven con la belleza de la juventud y los afectos propios de la misma. Como todas las mujeres, tuvo que amar y ser amada. Todas hemos recibido poemas de amor y rosas con sus espinas. También ella los recibió.


Viven, madre e hija, muy estrechamente con las rentas dejadas por su padre y que a causa del tiempo han ido mermando. Con ellas vive también una criada que mantendrán hasta que se haga muy mayor y regrese con su familia. La madre de Amalia enferma y teme que sus recursos mengüen tanto que le impidan cuidarla y que tenga que morir en un hospital. Hoy esto nos parece lo mejor, pero en aquellos momentos, en los hospitales morían los mendigos y desheredados de la tierra, los huérfanos y los carentes.


Las personas mínimamente acomodadas y con familia preferían morir en sus camas, cuidadas y atendidas por sus allegados. También le preocupa el poder pagar un entierro y nicho dignos. Es tanto su temor que llega a pedirle a Dios todas las amarguras que quiera mandarle antes que ver sufrir a su madre a causa de la miseria.


Cuando su madre muere, en junio de 1860, Amalia tiene veinticinco años. Es una solterona, sin familia, sin ingresos por su trabajo o por rentas. Vende los muebles de la casa y reduce todas sus pertenencias a lo que cabe en el cuarto en el que falleció su madre. Está tan afectada que tardará tres meses en recuperar su memoria.


¿Qué salidas tiene una mujer sola, sin ingresos y casi ciega, en 1860?


Realmente muy pocas: el claustro de un convento o la prisión del matrimonio por conveniencia. A ambas se niega. A la primera porque siente que es una vida perdida y que la aleja de los sagrados vínculos familiares. A la segunda, porque no quiere ni engañar ni engañarse, siguiendo con ello la educación que su madre le había inculcado. Así que prefiere la libertad con todas sus consecuencias.

Finalmente decide aceptar una pensión de los familiares de su padre, a cambio de ser la costurera de la familia. La pensión durará seis meses, durante los cuales sigue viviendo en la misma habitación en la

que falleció su madre.


Acabada la pensión y sin recursos, iniciará un itinerario por varias ciudades y con varias amigas de su madre. Dicho itinerario llevará a Amalia a la necesidad de buscar trabajo en Madrid, donde espera hacerlo de costurera, y que sus poesías sean más valoradas y remuneradas de lo que lo habían sido hasta ahora.

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