Conociendo el Espiritismo
- Visión Espírita
- 21 jun
- 6 Min. de lectura
El Libro de los Espíritus
Preguntas y respuestas de la 147 a la 148
Flavia Roggerio

¡Llega el verano!
Es increíble la velocidad que lleva la vida.
Estamos inmersos en nuestras ocupaciones de tal manera, que los días pasan, los meses vuelan, y cuando no nos damos cuenta… ¡¡¡ya es Navidad otra vez… Buuf!!!
Es la “máquina humana” trabajando para los quehaceres del día-a-día, sin darse cuenta de que, por debajo de toda esta materia, hay mucho más para ser trabajado. ¿Y qué sentido tiene todo esto?
En la pasada edición estudiamos hasta la pregunta 146 del Capítulo II de “El Libro de los Espíritus”, que está direccionado al objetivo de la reencarnación en: ¿Qué es el alma, y qué es el materialismo?
¡El materialismo! A partir de la pregunta 147, Allan Kardec cuestiona a los espíritus respecto a cómo ve la ciencia la existencia del alma.
Recordar que el texto colocado entre comillas a continuación de cada pregunta es la respuesta que dieron los Espíritus.
Debido a la complejidad de algunas respuestas, se han diferenciado con otro tipo de letra las notas y explicaciones añadidas por el autor, en los casos en que existía la posibilidad de confundirlas con el texto de las respuestas.
Cuando forman capítulos enteros no hay lugar a confusión, de modo que se ha conservado el tipo de letra ordinario.
Materialismo
147. ¿Por qué los anatomistas, los fisiólogos y, en general, quienes se dedican a las ciencias de la naturaleza son inducidos tan a menudo hacia el materialismo?
“El fisiólogo relaciona todo con lo que ve. Orgullo de los hombres que creen saberlo todo y no admiten que algo pueda rebasar su entendimiento. Su propia ciencia los hace presuntuosos: piensan que la naturaleza no puede ocultarles nada.”
148. ¿No es lamentable que el materialismo sea una consecuencia de estudios que, por el contrario, deberían mostrar al hombre la superioridad de la Inteligencia que gobierna el mundo? ¿Será preciso concluir de ahí que esos estudios son peligrosos?
“No es verdad que el materialismo sea una consecuencia de esos estudios: el hombre es quien infiere de ellos una conclusión falsa, pues puede abusar de todo, hasta de las mejores cosas.
Por otra parte, la nada los asusta más de lo que tratan de aparentar. Los espíritus fuertes suelen ser más fanfarrones que valientes. La mayoría de ellos sólo son materialistas porque no tienen nada con qué llenar ese vacío. Ante el abismo que se abre a sus pies, mostradles una tabla de salvación y de inmediato se aferrarán a ella.”
Por una aberración de la inteligencia, hay personas que sólo ven en los seres orgánicos la acción de la materia, y atribuyen a ella todos nuestros actos. No han visto en el cuerpo humano más que una máquina eléctrica.
No han estudiado el mecanismo de la vida más que en el funcionamiento de los órganos. Con frecuencia la han visto extinguirse por la ruptura de un hilo, y sólo vieron este hilo.
Buscaron, por si quedaba algo, y como sólo encontraron la materia que se había vuelto inerte, y no vieron al alma desprenderse ni pudieron atraparla, concluyeron que todo se basa en las propiedades de la materia y que, por lo tanto, después de la muerte el pensamiento ya no existe. Triste conclusión, si así fuese, porque entonces el bien y el mal no tendrían sentido.
El hombre hallaría fundadas razones para pensar sólo en sí mismo y poner por encima de todo la satisfacción de sus goces materiales. Los lazos sociales se romperían, y los más puros afectos se destruirían para siempre.
Por fortuna, estas ideas están lejos de ser generales; incluso podemos decir que se encuentran muy circunscritas y que sólo constituyen opiniones individuales, pues en ninguna parte se han erigido en doctrina. U
na sociedad fundada en estas bases llevaría en sí el germen de su disolución, y sus miembros se destrozarían unos a otros como bestias feroces. El hombre tiene, instintivamente, la idea de que para él no todo termina con la vida. La nada le infunde horror. En vano se ha resistido a la idea del porvenir. Cuando llega el momento supremo, pocos son los que no se preguntan qué será de ellos, pues la idea de dejar la vida para siempre tiene algo de aflictivo.
En efecto, ¿quién podría encarar con indiferencia una separación absoluta, eterna, de todo lo que amó? ¿Quién podría ver sin pavor abrirse ante sí el abismo inmenso de la nada, donde se hundirían para siempre todas sus facultades y esperanzas, y decirse: “¡Y qué! Después de mí, nada, nada más que el vacío; todo acabará para siempre; unos días más y mi recuerdo se borrará de la memoria de los que me sobrevivan; pronto no quedará rastro alguno de mi paso por la Tierra; hasta el bien que hice será olvidado por los ingratos a quienes ayudé; y nada para compensar todo eso, ¿ninguna perspectiva más que la de mi cuerpo roído por los gusanos”?
¿No tiene este cuadro algo de horroroso y glacial?
La religión nos enseña que no puede ser así, y la razón nos lo confirma. No obstante, esa existencia futura, vaga e indefinida, no tiene nada que satisfaga nuestro afán por lo positivo. Es esto lo que en muchos engendra la duda.
Tenemos un alma, de acuerdo; pero, ¿qué es nuestra alma?
¿Tiene una forma, una apariencia determinada?
¿Es un ser limitado o indefinido? A
lgunos dicen que es un soplo de Dios, otros una chispa, otros una parte del gran Todo, el principio de la vida y de la inteligencia.
Pero, ¿qué nos enseña todo esto?
¡Qué nos importa tener un alma si, después de la muerte, ella se confundirá en la inmensidad como las gotas de agua en el océano!
La pérdida de nuestra individualidad, ¿no es para nosotros lo mismo que la nada? Se dice, además, que el alma es inmaterial, pero una cosa inmaterial no puede tener proporciones definidas. Por lo tanto, para nosotros no es nada. La religión nos enseña también que seremos felices o desdichados según el bien o el mal que hayamos hecho.
Pero, ¿en qué consiste esa dicha que nos aguarda en el seno de Dios? ¿Será una beatitud, una contemplación eterna, sin otra ocupación más que cantarle alabanzas al Creador? Las llamas del Infierno, ¿son una realidad o un símbolo?
La propia Iglesia las entiende en este último sentido. Pero, ¿en qué consisten estos padecimientos? ¿Dónde está ese lugar de suplicios? En una palabra, ¿qué se hace y qué se ve en ese mundo que nos aguarda a todos? Se dice que nadie ha vuelto de él para dárnoslo a conocer.
Eso es un error, y la misión del espiritismo consiste precisamente en instruirnos acerca de ese porvenir, en mostrárnoslo haciendo que hasta cierto punto lo palpemos y lo veamos, ya no mediante el razonamiento, sino con los hechos. Gracias a las comunicaciones espíritas, ese mundo ya no es una presunción, una probabilidad sobre la cual cada uno discurre a su antojo, y que los poetas embellecen con sus ficciones o siembran de imágenes alegóricas que nos engañan: es la realidad que se presenta ante nosotros, pues son los propios seres de ultratumba los que vienen a describirnos su situación y a decirnos lo que hacen, son ellos los que nos permiten asistir – por decirlo así – a todas las peripecias de su nueva vida, y de ese modo nos muestran la suerte inevitable que nos está reservada según nuestros méritos y nuestras malas acciones.
¿Hay en esto algo antirreligioso? Muy por el contrario, ya que los incrédulos encuentran en eso la fe; y los tibios, la renovación de su fervor y su confianza.
El espiritismo es, por consiguiente, el más poderoso auxiliar de la religión. Puesto que existe, Dios lo permite, y lo permite para reanimar nuestras debilitadas esperanzas y reconducirnos hacia el camino del bien mediante la perspectiva del porvenir.
El hombre tiene, instintivamente, la idea de que para él no todo termina con la vida. La nada le infunde horror.
¿Has pensado alguna vez qué estás haciendo con tu tiempo?
¿Cómo son tus pensamientos?
¿En qué gastas tus energías? Tu rutina es algo que debería hacerte feliz.
No hacer o tener algo que te de placer. El placer es algo momentáneo y fugaz.
La felicidad es algo duradero, porque es sostenida y profunda. Realmente la pregunta que deberíamos hacernos cada mañana es, ¿qué recuerdos dejaré? ¿Qué estoy haciendo con mi tiempo en la Tierra?
Cada encarnación es una ocasión más, que puede durar 1, 50, o 100 años. Un tiempo para plantar, y muchas veces para ver crecer, y poder sembrar los frutos.
Seguiremos estudiando esta cuestión tan sumamente interesante en el Capítulo III, que trata del regreso de la vida corporal a la vida espiritual.
De momento, ¿qué tal reevaluar tus prioridades e intentar descubrir qué es lo verdaderamente importante para ti?