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El duelo y el dolor de la separación

 

Jordi Santandreu

Psicólogo cognitivo-conductual y espírita.




Hoy hablaremos de un asunto delicado y complejo, a la vez que bello y profundo: el duelo. Para ello nos inspiramos en la vida y obra de una de las mayores investigadoras que se han dedicado a este particular, la doctora Elisabeth Kübler-Ross, conocida psiquiatra suiza-estadounidense que vivió entre los años 1926 y 2004. Esta gran mujer tuvo una vida extraordinaria, que narra en su autobiografía titulada La rueda de la vida. Gracias a su intensa dedicación a los moribundos de todas las edades y condiciones, la Dra. Kubler-Ross elaboró la teoría de las cinco etapas del duelo que analizaremos en este artículo.

El duelo es el proceso psicológico que sufrimos cuando sucede un gran cambio en nuestras vidas, en el que tenemos que dejar atrás o nos separamos de algo importante. Nos referimos a situaciones en las que alguien muy querido muere, sin embargo, es interesante recordar que, por ejemplo, dejar un trabajo al que hemos dedicado mucho tiempo y energía nos hará pasar también por un duelo, o jubilarnos y abandonar nuestra vieja rutina, o cambiar de ciudad, divorciarnos, el diagnóstico de una enfermedad grave, o cualquier otro cambio importante que conlleve la pérdida de algo que a nivel simbólico o material era especialmente significativo.

La Dra. Kubler-Ross tenía claro que la muerte no es más que una transición a otra forma de vida y tener conocimiento de ello ayuda enormemente a manejar el dolor de la separación: sabemos que la persona amada no desaparece, sino que sigue cerca nuestro y que cuando nos toque a nosotros nos podremos reencontrar.

Define el duelo, por lo tanto, como una respuesta emocional muy intensa al dolor de una pérdida, aunque nosotros sabemos que nada se pierde, es sólo una separación temporal. Se trata del reflejo de un lazo que se ha roto, de un viaje psicológico y espiritual, incluso físico, que nos conduce sabiamente a la curación.


El duelo es el proceso psicológico que sufrimos cuando sucede un gran cambio en nuestras vidas, en el que tenemos que dejar atrás o nos separamos de algo importante.

“Sí - escribe Elisabeth en su último libro, “el poder del duelo es maravilloso. No apreciamos sus poderes curativos, pero son extraordinarios y admirables. El duelo transforma el alma rota y herida, el alma que ya no desea levantarse por las mañanas, que es incapaz de encontrar una razón para vivir, que ha sufrido una pérdida increíble. El duelo posee el poder de curar”.


De forma muy similar, dice Sansón en El Evangelio según el Espiritismo (en el capítulo dedicado a Bienaventurados los que sufren):

“Cuando la muerte acude a segar en vuestras familias y se lleva sin contemplación a los jóvenes antes que a los viejos, soléis decir: "Dios no es justo, porque sacrifica al que es fuerte y tiene un gran futuro, para conservar a los que ya han vivido muchos años llenos de decepciones; porque arrebata a los que son útiles y deja a los que no sirven para nada más y porque destroza el corazón de una madre, al privarla de la inocente criatura que era toda su alegría.

“Humanos -sigue Sansón-, “en ese aspecto necesitáis elevaros por encima de las pequeñeces de la vida terrenal, a fin de que comprendáis que el bien está muchas veces allí donde creéis ver el mal y que la sabia previsión está allí donde creéis ver la ciega fatalidad del destino. ¿Por qué medís la justicia divina con la medida de la vuestra? ¿Acaso podéis suponer que el Señor de los mundos quiera, por un simple capricho, imponeros penas crueles? Nada se hace sin un objetivo inteligente y sea lo que fuere que suceda, todo tiene su razón de ser. Si indagárais mejor acerca de los dolores que os atormentan, en ellos encontraríais siempre la razón divina, la razón regeneradora y vuestros miserables intereses merecerían una consideración de tal modo secundaria, que los relegaríais al último plano”.


Es bello, ¿verdad? Claro que con un lenguaje un poco anticuado. Pero vale la pena continuar un poco más:

“La muerte prematura es, por lo general, un gran beneficio que Dios concede al que se va, que de ese modo queda preservado de las miserias de la vida o de las seducciones que hubieran podido arrastrarlo a la perdición”.


Lo que han dejado de disfrutar aquí ¿es realmente tan interesante? El apartamento en la playa, una paella o una feijoada, un viaje a un lugar exótico… sea lo que sea… ¿Lo necesitaban tanto, tanto? ¿Seguro que les habría hecho tan feliz? ¿Qué se les abre ahora en el mundo espiritual? ¿No será mil veces mejor?


¿Acaso podéis suponer que el Señor de los mundos quiera, por un simple capricho, imponeros penas crueles? Nada se hace sin un objetivo inteligente y sea lo que fuere que suceda, todo tiene su razón de ser.

“Regocijaos -continúa- “en vez de quejaros, cuando sea grato a Dios retirar a uno de sus hijos de este valle de miserias. ¿No sería egoísmo desear que él o ella se quede para sufrir junto con vosotros?”.


Egoísmo, miedo, culpa… conflictos propios que nada tienen con el pobre que se va, que probablemente sea el primero en desear quedarse. Es frecuente culparles de haberse muerto, ¡qué cosa tan ridícula cuando nos paramos a pensar!


Finaliza Sansón diciendo: “¡Ah! Ese dolor se concibe en el que no tiene fe, que ve en la muerte una separación eterna. Pero vosotros, Espíritas, sabéis que el alma vive mejor ¡mil veces mejor! cuando se ha desembarazado de su envoltura corporal”.


Y a continuación, nos deja un mensaje bellísimo de esperanza:

“Madres -dice-, “sabed que vuestros amados hijos están cerca de vosotros. Así es, están muy cerca. Sus cuerpos fluídicos os envuelven, sus pensamientos os protegen y el recuerdo que de ellos conserváis los embriaga de alegría. No obstante, vuestros dolores infundados también los afligen, porque denotan falta de fe y constituyen una rebelión contra la voluntad de Dios”.


Y a nosotros Espíritas nos recomienda:

“Vosotros, que comprendéis la vida espiritual, escuchad los latidos de vuestro corazón que llama a esos seres queridos y si rogáis a Dios que los bendiga, sentiréis tan intenso consuelo que se secarán vuestras lágrimas; sentiréis aspiraciones tan grandiosas que os mostrarán el porvenir prometido por el soberano Señor”.


“Los Espíritus, ¿son sensibles al recuerdo que de ellos conservan quienes los amaron en la Tierra?”, pregunta Kardec en El Libro de los Espíritus (pregunta 230). Responden nuestros amigos de más allá: “Mucho más de lo que creéis. Esos recuerdos aumentan su felicidad, si son dichosos. Si se sienten desgraciados, constituyen para ellos un alivio”. Lo opuesto también es cierto: el dolor que no se cura a través del duelo, el llanto desconsolado que se prolonga demasiado, perturbando el equilibrio psicológico del doliente, las conductas alienadas que alimentan la inestabilidad, las sienten y les perjudican.


Por eso hay que aprender a encarar la muerte de una manera saludable, no de cualquier manera, sean las circunstancias en las que se dé. Pero: ¿qué hacemos hoy en día con la muerte? La ocultamos, la maquillamos, nos enmudecemos, usamos ridículos eufemismos… ¡Cuántas estúpidas supersticiones! Silenciamos el tema hasta convertirlo en tabú y enfermedad.


Cuenta Elisabeth la historia de una mujer que llevó a sus hijos a la tumba de su abuelo, que prácticamente no habían conocido. La mujer se sentó allí y lloró delante de ellos. Les contó historias sobre él y rieron antes de volver a llorar. Les explicó que así era el duelo.

“Si no lo enfrentamos nunca aprenderemos a manejarlo. Al evitarlo -nos explica-, “en realidad queremos evitar el dolor de la pérdida. Un dolor que nos golpeará, sin importar cuánto intentemos evitarlo”.

¿Por qué nos conviene atravesar el duelo en su plenitud? Por dos motivos. En primer lugar, “los que saben llorar bien -dice, “viven bien”. Es decir, quien se permite vivir sanamente la diversidad de las emociones que surgen, con su riqueza de tonalidades, aceptando toda la escala desde las notas más bonitas a las no tan bonitas, se siente más equilibrado, más ligero y maduro. Su repertorio emocional y psicológico es más amplio. Incluso gracias a ello comprende y empatiza mejor con los demás cuando pasan por esas mismas circunstancias.

Segundo, y aún más importante para ella: el duelo es el proceso de curación del alma y de la mente; es el camino que nos devuelve a la vida. Añade: “no es una cuestión de si vas a pasarlo o no, sino cuándo. Y, hasta que lo pasemos, sufriremos por los efectos de una asignatura pendiente que tarde o temprano resurgirá. El dolor pendiente siempre se da a conocer y aparece con osadía, aunque de manera inconveniente, para que lo resolvamos”.


Las cinco etapas del duelo


Las etapas son solamente un marco referencial cuya finalidad es entender mejor qué está pasando. Es una aproximación teórica para algo que está vivo, que es orgánico, único en cada caso y muy variable. Ni siquiera todo el mundo atraviesa todas las etapas ni lo hace en un orden o en un tiempo definido. Por lo tanto, no hay que tomarlas literalmente, de manera rígida y predeterminada.

Ellas son: la negación, la ira, la depresión, la negociación y la aceptación. Su nombre ya nos indica muy bien de qué se trata. Sentirlas es perfectamente natural, aunque doloroso y hemos de vivirlas con plenitud, expresando lo que nos transmiten cada una de ellas.

Las cinco fases nos ayudan a ir asimilando de manera gradual los cambios que se están produciendo en nuestro mundo íntimo y en la vida cotidiana, nos ayudan a dosificar el dolor de la pérdida, dejando entrar progresivamente lo que somos capaces de soportar. De otra forma sería excesivo.

Hemos de admitir que el dolor nunca se irá del todo. Será una cicatriz más o menos grande con la que tendremos que convivir de ahí en adelante. Tal vez las personas de nuestro alrededor no nos entiendan o no quieran ver reflejado su dolor en nosotros, porque tienen miedo y nos metan prisa o se enfaden al vernos sufrir. La mejor reacción, la que más nos puede ayudar, es la de acompañarnos sin juzgarnos, tolerando la inestabilidad que se hará protagonista. Lo natural es sufrir, es gritar, es llorar, es preguntarse, es la contrariedad, es deprimirse. Lo normal es expresarlo a la manera de cada uno, a veces escribiendo un libro, componiendo una canción, redecorando la casa y de otras muchas maneras personales.


Hemos de admitir que el dolor nunca se irá del todo. Será una cicatriz más o menos grande con la que tendremos que convivir de ahí en adelante.

A pesar de todo, nos conviene seguir funcionando, seguir realizando las actividades a las que estamos habituados. No lo haremos con el mismo entusiasmo ni con la misma energía y es normal que así sea. Permitamos que el dolor nos acompañe y que la incertidumbre nos visite. No es necesario resolver nada. Démosle simplemente tiempo al cuerpo, al cerebro y al espíritu, para asimilar y acomodarse a la separación. Sin prisa y de una manera extraña, a medida que avanzamos en el duelo, la curación nos acerca a la persona que amábamos. Comienza una nueva relación.

La experiencia de la pérdida nos enseña muchas cosas: nos nutre en sabiduría al hablarnos de la ley de destrucción, una ley natural que rige el Universo. No podemos sustraernos de ella y la muerte es su más duro testimonio. La pérdida nos ilustra acerca de la impermanencia y de la vacuidad del mundo de los fenómenos, de la materia sujeta al cambio, a la transformación continua.

Dios nos ama también en la pérdida, al permitir que la experimentemos, al acompañarnos en silencio, sin dejarnos solos ni un instante. Para poder percibir su compañía, sin embargo, hace falta sumergirse en las profundidades del ser y de la vida, de lo contrario no es posible alcanzar esa visión. Solo a través de la quietud de los sentidos es capaz de emerger, como en un susurro, la voz de Dios.

El amor no desaparece a pesar de la separación. Un amor incluso más genuino y puro florece entre las cenizas.

Poco a poco dejamos de dedicar nuestras energías a la pérdida y empezamos a dedicarlas a la vida. Vemos la separación en perspectiva y aprendemos a recordar con serenidad a los seres queridos y a honrarlos.


La pérdida nos ilustra acerca de la impermanencia y de la vacuidad del mundo de los fenómenos, de la materia sujeta al cambio, a la transformación continua.

No estamos traicionando a nadie por sentirnos cada día mejor, por tener de nuevo ganas de hacer cosas, de disfrutar de la vida: es la calma después de la tormenta, es el Sol que renace después de la oscuridad.

Lamentar la partida de un ser querido también forma parte del duelo. “La vida suele ser más breve de lo que esperamos, nunca estamos preparados para ello. Así que es normal que nos parezca que muchas cosas se han quedado a medias. Sin importar lo que hicieras por él o por ella, lo que te preocuparas y le amaras, siempre habrá algo más que podrías haber hecho. Ese algo “más” que anhelamos siempre estará ahí e irá cambiando. Si lo hubieras hecho, aparecería otro en su lugar”.

Escribe Elisabeth en Sobre el duelo y el dolor: “La ilusión de un tiempo infinito nubla nuestra capacidad para comprender lo valioso que es el otro. Ese valor crece tras la muerte porque nos damos cuenta de que todo se ha perdido”. Recuerdo cuando acompañaba a mi padre a tomar su vacuna para el asma, todos los meses, en un laboratorio del centro de la ciudad, en la calle Numancia, muy cerca de la estación de Sants. El trayecto era horroroso por el intenso tráfico que hacía que avanzáramos a paso de tortuga. ¡Y mi padre era muy quisquilloso! Como todo buen copiloto. Ya os podéis imaginar. ¡Me ponía de los nervios! Y discutíamos, lo lamentaba, a veces era complicado. ¿Qué creéis que pienso ahora? Ojalá pudiera volver a llevarle a tomar la vacuna una vez más.

Aún con experiencias como esta que todos tendremos, hemos de hacer las paces, perdonarnos. Lo hicimos lo mejor que pudimos en ese momento de la vida. Aprovechemos las oportunidades que ahora se nos presentan para no lamentarnos más adelante. La vida es fugaz, más frágil de lo que suponemos y de lo único que seguro no nos lamentaremos es de haber dado todo lo posible. Hablemos, hagamos, demostremos y seamos desprendidos con todos.

“Si hay algo que te habría gustado decirle -finaliza Elisabeth, “tienes que saber que todavía puedes hacerlo en tu corazón. Nunca es demasiado tarde para decir: “Lo siento. Perdóname. Yo te perdono. Te quiero y te doy las gracias”.


Bibliografía recomendada

La muerte: un amanecer. Grupo Planeta. España. 2011.

La rueda de la vida. Vergara. 2006.


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